Una cama fría y húmeda
Si hay una cosa que odio más que el frío, eso es la distancia. Cómo odio esa dormir sola; no importa que estemos a cuarenta grados, no importa nada, porque sigo teniendo la terrible sensación de frío.
Y, desde que comenzó todo esto del Covid, mi vida se ha vuelto un verdadero vertedero. Mi chica, que oscila entre su ciudad —donde en verdad hace frío— y la mía, ha estado tanto tiempo lejos de mí que siento que me voy a volver loca.
Creo que el peor momento fue cuando tuvimos la cuarentena total, y apenas si podía salir de casa. Mientras tanto, ella se encontraba en su ciudad, lejos de mí. Y mi cama nunca estuvo tan terriblemente fría. El único consuelo que tenía, lo único que me alegraba durante esos días, eran las llamadas que nos dábamos en la noche. Un placebo para la sensación de carencia que tanto mal me hacía.
Nunca he sido fanática de los juguetes, siempre he preferido mi propia mano, una mano ajena —la mano de mi chica, en este caso— o una boca ajena. Húmeda, suave y humana besando mi coño hasta hacerme retorcerme sobre mi misma. Pero llegué a sentir que me estaba volviendo tan loca con esta ausencia de mi chica que terminé por hacerme con un juguete https://tienda.elcajondetussecretos.com/, que me ayudaba a superar esos momentos de vacío que tenía en medio del día, cuando estaba frente a la computadora teletrabajando o en momentos más aleatorios, como cuando estaba cocinándome.
Decía que todas las noches nos llamábamos. En primer lugar lo que hacíamos era hablar de cómo nos había ido en el día, las cosas que habíamos hecho; era poco, porque el encierro no nos dejaba hacer mucho, más allá de las cosas que hacíamos frente a nuestros ordenadores —y odiaba que ella no estuviese aquí conmigo, porque la única razón de que estuviese en otra ciudad era el terrible destino.
Sin embargo, ya pasada esa introducción tan necesaria para sentir que aun seguíamos juntas, comenzaba un ritual que desarrollamos: como no podíamos tocarnos, ambos decíamos, con suavidad, qué era lo que estábamos haciendo.
—Estoy mojando mi dedo índice en mi lengua, lo paso suavemente, lento, lento, hacia abajo… estoy llegando al ombligo… bajaré un poco más para llegar a la entrepierna, lugar donde deberían estar tus manos, tu boca o tu coño frotándose con el mío —conversaciones de este estilo teníamos.
Escucharnos describir lo que hacíamos con nuestros cuerpos era reconfortante. Los gemidos que venían después, también. Me imaginaba a mi chica, con su pelo negro sobre el rostro y sus pechos pequeños erizados, apenas pudiendo respirar mientras gemía y me excitaba aún más. Dejaba que mi juguete, mi succionador, hiciera su magia y me procuraba tantos orgasmos como era humanamente posible antes de caer rendida.
Hubo noches en que nos quedamos dormidas con los móviles encendidos, escuchándonos roncar, casi hablando en sueños, luego de haber tenido una sesión especialmente intensa. Esa y otras veces similares, aunque no dormía junto a mí, no me sentí tan mal.
Ahora solo espero no tener que volver a pasar por aquello y no volver a vivir tantos días con mi cama tan fría.
0 Comments 26 marzo, 2021