Un beso negro y un beso de Singapur

Un beso negro y un beso de Singapur

—¿Sabes qué es el beso de Singapur? —Valeria me preguntó, como con un susurro, al oído.

Negué con la cabeza y le dije que conocía un par de besos, el beso negro, el beso blanco, pero que nunca había escuchado del beso de Singapur.

Una sonrisa apareció en su rostro, que apenas podía ver gracias a la penumbra en que estábamos inmersos.

—A mí me gusta el beso blanco —me dijo mientras me tocaba—, pero más me gusta el beso negro. Creo que hay algo freudiano con eso, cosas de mi infancia que quizás no recuerde. Pero me gusta, esa es la verdad.

Tragué saliva, un poco intimidado por aquella mujer.

Un beso negro

Valeria era mayor que yo, una mujer de otro tiempo. Aunque esto, para algunos, podría significar que era «más conservadora», la verdad es que era una mujer desenfadada. Me intimidaba en sus stilettos negros y punzantes como un cuchillo, con su ropa de oficina tan ceñida a su cuerpo maduro que —como una fruta en su punto—, estaba lista para volverse zumo dulce en tu boca.

—No creo que seas tan juguetón como para darme un beso blanco… aunque me gustaría. Si tu beso en mi boca me place, entonces te dejaría darme un beso negro y luego te enseñaré qué es un beso de Singapur —su voz era gruesa y dominante. A pesar de sentirme intimidado, quería dejarme llevar por cuerpo experto.

En la desnudez de la oscuridad, prescindimos de la ropa y nos fundimos como solo se pueden fundir los amantes. Su coño era jugoso como un durazno que se deshacía en mi boca. Pero fue su culo, redondo y obsceno, lo que me hacía perder la cabeza.

—Sabes hacerlo bien para ser solo un chaval… —me trataba como si fuera un niño, aunque la diferencia no era mayúscula. A mí me gustaba.

Un beso de Singapur

Creo que hay algo placentero en la corrupción, tanto ser joven y sentirte corrompido, como ser mayor y sentir que te corrompen. No sé quién de los dos disfrutaba más.

Levemente bajé hasta su coño, que estaba hecho puro zumo y lo lamí, sintiendo cómo se contraía, algo que nunca había experimentado.

—Qué bien te has portado, mereces una recompensa… ¿quieres saber de qué trata el beso de Singapur?

Estando sobre mí, Valeria se aferró a mis hombros. Casi me sentía acuchillado por sus uñas.

Sosteniéndola por la cadera, en medio de sus deleitosos gemidos, podía sentir cómo su coño, empapado y delicioso, me succionaba como una boca. Me apretaba, me soltaba. Como una mano que trata de estrangular la otra, como una boca que succiona hasta querer deshacer, como un beso obsceno en el punto más puro y vivo de mi cuerpo dado por el punto más puro y vivo de su cuerpo.

—Cómo he esperado por este momento… —y acercándose a mi oído, volvió a susurrarme—, he jugado tanto con mis bolas chinas pensando en ti, hablando contigo, viéndote, que no podía esperar a besarte con mi coño. Este es mi beso de Singapur, pequeño…

Exprimido hasta la última gota

Sus paredes me apretaban, me trituraban, me agitaban para explotar.

—Y ahora, te voy a soltar —empezó a decir, como un general que da ordenes— y quiero que me folles hasta que te corras.

Tomándola con fuerza por las caderas, elevándome y entrando con fuerzas, llegué a ese punto máximo del placer, que te deja casi sin conocimiento.

Pero entonces la fruta madura me apretó.

—Sácalo todo, lo quiero todo —me dijo, maliciosa.

Y aunque llevaba puesto un preservativo, me exprimió con su coño como se exprime una ubre, sacándome hasta la última gota.

Al echarse a mi lado en la cama, con una sonrisa de oreja a oreja, que ahora notaba mejor por que mis ojos ya se habían acostumbrado mejor a la oscuridad, me dijo, triunfante y casi burlona:

—Eso, pequeño, es un beso de Singapur dado por una mujer experta.

No encontré ninguna falla en su lógica.