Succionador de clítoris para el viaje

Succionador de clítoris para el viaje

Ale se puso las gafas oscuras, el sol le lastimaba los ojos. Le dolía la cabeza y se sentía cansada, con deseos de no ir a ninguna parte, pero debía irse. Quizás si fuera un viaje más corto, de una media hora, no habría sido gran cosa. Pero más de cuatro horas, sentada, encerrada en el mismo lugar le daba un poco de claustrofobia. Pensó entonces en la noche anterior, en su succionador de clítoris, y sintió una puntada en medio de las piernas.

La noche anterior

Ale le había contado a Carlos sobre su succionador de clítoris. No sabía porqué hablaba de cosas tan íntimas con él, si era un hombre que apneas conocía, pero había una familiaridad entre ellos que, de a momentos, le llevaba a olvidarse de que apenas lo conocía.

Ella le había contado lo que le gustaba masturbarse, especialmente en sitios donde pudiera ser descubierta. No sabía porqué tenía esa obsesión, solo la tenía. Por eso amaba su succionador de clítoris, pues la hacía llegar a intensos orgasmos, y muchas veces de una forma muy rápida.

Él le había contado que nunca se había masturbado en un sitio público.

—Pero si he follado, un par de veces, en baños de pub de mala muerte. Hay algo obsceno en hacerlo sabiendo que los demás lo saben y que no te importa.

Ella asintió.

El placer de los recuerdos

Ahora estaba en el tren, yendo a ver a sus padres. No podía evitar ese viaje, por mucho que deseaba no moverse y solo dormir.

En su asiento, Ale recordó la conversación con Carlos, las puntadas que sentía, como sus pechos se erizaban y lo bien que le sabía el vino. Cada copa no sabía a alcohol, sino a un néctar divino: el néctar del deseo, que solo hace que en nuestra cabeza haya una bruma, permitiéndonos desinhibirnos hasta que cedemos ante el placer, que suele ser más fuerte que nosotros.

Ale pronto dejó de beber de su copa y empezó a beber de los labios de Carlos, de su cuello, de su pecho. Bebiendo y degustando el sexo de Carlos, que erecto y jugoso, estaba dentro de su boca.

Carlos no se quedó atrás, y también bebió de su sexo, más jugoso aún, deshaciéndose en la lengua de ese hombre experto que insistía en hacerla tener un orgasmo antes de follar.

—No hay anda como follar un orgasmo; aun quedan residuos de lo que fue el clímax y lo que viene después siempre es más desinhibido, más delicioso.

Succionador de clítoris para el viaje

En el baño, Ale se recostó contra una de las paredes. El tren estaba curiosamente vacío, por lo que no le importada quedarse ahí 10 minutos, 20 minutos, una hora, lo que fuese necesario.

Y con su succionador de clítoris estimulando su centro tan sensible, siguió recordando la noche anterior, Carlos y el dolor de cabeza. Lo recordó bebiendo de la copa de su entrepierna, y luego ella bebiendo de su misma copa, besándolo mientras el entraba en su coño, hinchado por el orgasmo. Tan hinchada, que sentía que el no podía entrar, pero tan mojada, que entraba con facilidad.

Con embestidas profundas y duras, Carlos se corrió, temblando sobre ella. De la misma forma en que ella temblaba, en el baño del tren, en los brazos del goce que le ofrecía su succionador de clítoris.

No le había mentido a Carlos.

Fin.