Atado y exprimido
—¿Confías en mí? —ella le dijo, cubriéndole los ojos para evitarle el poder ver.
En su voz había un deje de picardía. De ese deseo de ser juguetona. Él intuía que el juego, lejos de ser algo inocente, lo haría sudar.
—Claro, amor. ¿Qué quieres hacer?
—Es un secreto… —dejó salir una risita, como la de un niño que hace alguna travesura.
¿Qué travesura haría con él? Pronto lo averiguaría.
Empezó a desnudarlo, quitándole la camiseta. Lo acostó en la cama, entonces le quitó todo lo demás, dejándolo completamente desnudo. Él ya intuía de qué tipo de travesura se trataba.
Pero incluso sus expectativas fueron superadas cuando ella le extendió los brazos, similar a como cristo se ve extendido en las cruces, y sintió algo frío alrededor de sus muñecas.
—¿Qué me pusiste? —él preguntó, un poco preocupado al verse inmovilizado.
—Oh, no es nada… una tontería… solo te he esposado a la cama.
Él intentó zafarse, pero no protestó. En verdad estaba inmovilizado, aunque sus piernas estaban libres.
—Ojalá pudieras ver las esposas , son tan monas… me pone tanto verte así.
Su voz dulce y suave. Algo empezaba a endurecerse. Sentía la presión de la sangre corriendo hacia su vientre.
Ella lo tomó en sus manos, suavemente, y lo engulló por completo. Lo chupó y lo lamió, dejándolo lubricado con su propia saliva. Él empezaba a lubricar por sí mismo.
Él esperaba que los siguiese chupando, o, en su defecto, que se subiera sobre él, y que lo cabalgara hasta que se saciara. Pero ella era insaciable. No podía saciarse nunca. Sin importar cuanto tiempo estuviese arriba, siempre quería más. «Me gustaría dormir contigo adentro» le decía a veces, un poco en broma y un poco en serio.
Pero no.
Él sintió el lubricante frío caer sobre la punta. Ella lo frotaba, de arriba a abajo, llenándolo por completo.
Él no se atrevía a decir nada y ella parecía estarse divirtiendo, jugando.
Ella se levantó un momento, luego volvió, asiéndolo con una mano, firme. Mientras lo sostenía, él se sintió entrar en un coño, húmedo y frío como el lubricante, pero apretado y placentero.
—¿Te gusta?
Ella preguntó con una sonrisa. Él no podía verla, pero lo intuía. La sensación le ponía la piel de gallina.
—Si… —respondió casi en un susurro— ¿qué es?
—Es un masturbador. Verás, es que llevo tanto tiempo pensando en verte follar otro coño y correrte dentro. Pero bien sabes que no dejaría que toques a otra. Así que haré que te corras dentro de este coño, que he preparado especialmente para ti.
El juguete iba de arriba abajo, con un movimiento similar al que ella tendría con sus sentones.
Él empezó a gemir. A ella le ardía el brazo. Noe s fácil masturbar a un hombre, pero qué placentero se siente tener la polla entre las manos, sentirla latiendo. Él se retorcía, pero no tenía escapatoria. Mientras tanto, el juguete lo seguía follando y el orgasmo estaba cada vez más cerca. Cada vez más… hasta que explotó en un fuerte gruñido y latidos como un corazón desbocado en el pecho de alguien que corre por su vida. Hay quien diría que él se corrió por su vida.
Pudo respirar unos instantes, aunque la erección seguía dura, y llevaba ya un rato así, por lo que empezaba a dolerle, y a generarle esa excitación que invita a empezar de nuevo.
Ella se subió sobre él, metiéndolo todo dentro suyo, y tomándolo del cuello, como su propiedad, le dijo:
—Ahora… ahora es mi turno.
Fin.
0 Comments 20 noviembre, 2022