Mordaza para no gritar
Un zumbido en los oídos. Las sensaciones hormigueando en su cuerpo. El ardor que sentía en el pecho, queriendo respirar hondamente, pero sin poder hacerlo. El hormigueo en el vientre, y más abajo. Algunos lo llaman mariposas en el estómago, ella creía que eran pájaros feroces, que revoloteaban. Y deseaba gritar. Deseaba gritar con todas sus fuerzas, pero sentía que no podía hacerlo…
Ella disfrutaba hacer ruido durante el sexo. Solía decir que la ausencia de silencio es la ausencia de placer, porque «¿quién puede disfrutar de una sensación que toma tu cuerpo por completo sin emitir siquiera un triste gemido?»
Por eso disfrutaba de gemir. Gemía suavemente, cuando la boca de su amante —ese hombre moreno de espalda ancha— rozaba su piel. Sus labios, que se hinchaban de tanto besar. Su cuello enviaba sensaciones directas a todo su cuerpo. sus clavículas, tan duras y tan vulnerables a sus besos. Así seguía gimiendo, mientras él seguía bajando hasta llegar a donde ella lo esperaba, con las piernas abiertas. Una mordida voraz esperando ser devorada por una boca, que no muerde, sino que se alimenta de los jugos.
Un néctar que el cuerpo asimila rápidamente, y que hace que los hombres pierdan el control. Que endurece sus carnes y que les nubla los sentidos.
En medio de los gruñidos de su amante, ella gemía y gemía, sintiendo como era atravesada por una espada, que si no la partía a la mitad, al menos la empalaba.
Había algo muy primitivo en aquello, algo que hacía recordar a las torturas medievales. A un mundo sobrecogido por sensaciones sublimes, las cuales solo son posibles de ventilar a través de algo físico. En el frío y en el calor, con la piel de gallina y el sudor y/o la saliva corriendo por su cuerpo, ella se entregaba a eso con una pasión que pocos conocen.
Odió con todas sus fuerzas cuando los vecinos habían tocado la puerta para quejarse por el ruido. «No entienden lo que es sentir placer» se dijo para sus adentros.
Intentó contenerse, pero no pudo hacerlo. Simplemente no podía restringir ese gemido tan puro que salía, no desde su garganta no desde su estómago, sino desde su sexo. No podía evitar que su sexo gritara. Su amante, cabreado también con los vecinos, optó por taparle la boca.
El estar gritando, o más bien, el estar luchando para poder gritar, excitó su imaginación y sus sentidos. Sus gritos se hicieron desgarradores y el movimiento de su pelvis llamaba a una penetración profunda, de esa en que los vientres chocan, que fuera dura y rápida. Y que le siguiera sosteniendo la boca.
Así su amante, que tanto pensaba en ella, se hizo con una mordaza para ayudarla en la tarea de evitar gritar.
Y ahí estaba, sintiendo el ardor en el pecho, apenas pudiendo emitir sonidos, deseando que el la penetrara hasta que ambos se derritieran en el sudor o la saliva, o los jugos del coño y la polla. Hasta que ambos desaparecieran. En fin, hasta que ambos se corrieran y cayeran desmayados… eso es todo lo que deseaba, y parecía a punto de obtenerlo.
Fin.
0 Comments 27 noviembre, 2022