Este tormento tan exquisito
Al verlo sobre la cama, esperándome para recibirme, recuerdo que recitaba para mis adentros: «Ya que el me encuentra lo bastante bella como para adorarme, desempeñaré el papel de los ídolos antiguos, y como ellos me haré realzar».
Me desnudaba de la cintura para abajo, porque en tal posición de poder, no quería entregarle ni siquiera la posibilidad de que disfrutara con mis pechos, como sabía que le encantaba. Aquello era, simple y llanamente, placer para mí.
«¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra, de viandas, de genuflexiones y de vinos, para ver si puedo, de un corazón que me admira, usurpar riendo los homenajes divinos!»
Como probablemente habría hecho la musa de Baudelaire, me bebía parte de la copa de vino, y me sentaba sobre su rostro, en toda mi extensión, para dar rienda suelta a todo mi placer.
Él se mantenía ahí abajo, su respiración me hacía cosquillas, y me divertía pensando en cómo estaba obligado a mantener silencio. Él solía ser un hombre muy hablador, como Baudelaire, siempre hablando de arte y de poesía. Pero era durante esas ocasiones, en que yo tomaba todo el poder, que podía disfrutar en mantenerlo callado. No es que no me gustara escucharlo. Sino que el poder de hacer que sus palabras, chorro abierto, se acabaran, me ponía muy cachonda.
Mirando sus pies, con mi culo en su nariz puntiaguda. Casi podría decir que podría llegar a penetrarme si quisiera, aunque preferiría que solo me estimulara como está haciendo.
—Saca la lengua y mantenla tiesa —le ordeno y me hace caso.
Esa pequeña lengua la froto alrededor de la entrada a la cueva más profunda; quizás la única en la que los hombres quieren entrar y nunca salir.
Veo su erección en toda su extensión. También disfruto tenerla dentro —eso sí, estando yo arriba, dictando el ritmo como lo estoy dictando ahora—, pero quiero castigarlo. Tan mal se ha portado últimamente… él lo sabe, y además disfruta en ser castigado.
Veo que su mano se acerca a esa deliciosa erección, que me gusta engullir de vez en cuando, pero en este momento, todo está prohibido. Ese placer no lo merece y no lo tomará.
Cuando su mano está a punto de tocarlo, con un leve sopetón en ella lo asusto. Pensó que no me daría cuenta.
—Uy… creo que tendré que castigarte, ¡eres un malcriado!
Me dejo caer sobre su cara, controlando mi peso para ahogarlo, solo un poco. Unos pocos instantes después me levanto, y lo escucho pidiendo perdón, arrepentido.
El resto de la sesión transcurre con normalidad, uso su lengua y su boca para masturbarme de una forma tan, milagrosamente deliciosa que casi se diría un regalo del cielo.
Llega el orgasmo que deseo, y poso mi mano sobre su cuerpo, acariciándolo mientras lo siento estremecerse, y entonces le recito en voz alta:
—Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita, yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno, y, para saciar mi bestia favorita, ¡yo se lo arrojaré al suelo con desdén! —Dejo que mis uñas rasguen un pedazo de su piel. Podría jurar que, si lo frotara, o si lo chupara, en segundos se correría sobre mí. Estoy segura de que no debe pensar en otra cosa. Lástima que haya sido tan mal chico…
Pero soy benevolente. Si se gana mi favor, quizás, la próxima vez no tendrá que pasar por este tormento tan exquisito.
0 Comments 9 abril, 2022