Un vibrador para hacerte correr – Relato erótico
Hubo una época, hace no mucho tiempo, en que no me gustaba el sexo oral. Escuchaba a mis colegas hablar de las mamadas como si fueran la hostia, pero yo no sentía ningún interés por ello.
Era apenas un chaval que estaba intentando entenderse a si mismo y su propia sexualidad, y sentía mucho más interés por los coños. Era más una cuestión de simplemente meterme dentro, tenía deseos de mirar, de tocar, de lamer, de estimular. Tenía por aquel entonces una novia, que era tan inexperta como yo, y que me tomaba por el pelo (lo tenía largo en aquel entonces) y me hacía comer de su coño hasta el hartazgo. Y como no me hartaba, aquellas sesiones se extendían mucho.
Romper con esa chica me quebró. Un primer amor, una primera ruptura, un primer dolor. La primera vez duele más, pero luego te acostumbras al sufrimiento, y puede que incluso llegue a gustarte.
Tenía una profesora en la Universidad que era bastante joven, unos diez años mayor, con quien hablaba mucho. Me pilló escuchando el Loveless de My Bloody Valentine, que era el soundtrack de aquella tristeza y me recomendó a Los planetas, de los que me enganché rápidamente.
Como suele suceder, una cosa llevó a la otra y empezamos a quedar. Aquella clase terminó, la carrera terminó, empecé a trabajar y siempre seguí quedando con ella.
Me gustaba. Siempre llevaba un corte Bob y se vestía muy formal, como generalmente sucede con las mujeres de nuestra profesión. Pero debajo, se notaba que había algo más que solo formalidad, había rebeldía y un cuerpo que más de una vez imaginé desnudo.
No albergaba esperanza cuando me invitó, esta vez, a su piso en vez de a un café. Siempre la vi de una forma muy ajena (aunque cercana), porque había cierta diferencia de edad. Sin embargo, estaba equivocado.
Recuerdo tener un café en la mano, humeante, y escucharla decirme «ven», para acto seguido tomarme de la mano y llevarme a la habitación.
Con facilidad abrió mi bragueta y sacó esa parte de mi que estaba dura, acariciándola con sus manos suaves, tan suaves como la piel de un durazno maduro.
Entonces me tumbó en la cama y empezó.
Sus manos alrededor de mi ingle, acariciándome, mientras sus labios, húmedos, me rozaban desde arriba a abajo.
La escuchaba gemir, parecía darle placer aquello. Yo sentía que el mundo me daba vueltas. Cuando lo tragó por completo, sentí que el mundo se había apagado por un instante.
Y siguió y siguió, con suavidad, pero a la vez con firmeza, jugando conmigo un buen rato, hasta que me dijo «voy a hacer que te corras en mi boca». Cogió su vibrador y lo puso en la base del falo. Mientras vibraba empezó a chuparlo, con tanta fuerza que parecía querer arrancarlo a través de la succión.
Arriba y abajo, sentía como la sangre se agolpaba y cómo, desde lo más profundo de mi, venía. Empecé a latir allá abajo. Ella sabía que estaba listo.
Con sus dedos suaves, me frotó hasta que la descarga, entera, terminó en su boca, pero insaciable como era, se lanzó de nuevo a engullirme.
Retorciéndome en la cama donde estaba, no podía pensar en nada, pero desde aquel momento supe que mi poco interés por el sexo oral había terminado.
Fin.
0 Comments 21 febrero, 2022